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miércoles, 28 de abril de 2010

El Trastolillo

EL TRASTOLILLO

De entre los duendecillos hogareños nativos de Cantabria, el más conocido es el Trastolillo, llamado en algunas partes Trasgu, que vive cerca de las casas y entra en ellas a hacer picardías.

El Trastolillo es un ser juguetón y atolondrado que siempre está riéndose. Es pequeño y más negro que el hollín, con melenas del mismo color. Tiene cara de pícaro y ojos muy verdes, colmillos retorcidos, dos incipientes cuernecitos y un rabillo que casi no se nota. Cojea de la pierna derecha desde que una vez se cayó por una chimenea, que es por donde entra en las casas cuando encuentra los ventanucos cerrados. Viste una especie de túnica roja que se hace de cortezas de aliso cosidas con hiedra, se toca con un gorrito blanco y se apoya en un bastoncillo de madera desconocida en el monte.

Todas las cosas inexplicables que pasan dentro de casa tienen por autor al Trastolillo: él tira al suelo el saquito de harina que el ama de casa deja bien alejado del borde de la mesa cuando se pone a hacer el pan, él se bebe la leche que sólo hace un momento llegaba hasta el cuello de la lechera, él quema las gachas de maíz arrimando al fuego el puchero que ya había sido retirado, él hace entrechocarse los utensilios de cocina que todavía siguen moviéndose cuando uno mira sin ver a nadie, él esconde las albarcas ( como en Cantabria se dice a los zuecos ) que estaban ahora mismito a la entrada de casa y que no hay manera de encontrar, él corre las aldabas de las ventanas por la noche para que el viento las haga chirriar.

Por lo general la gente sabe que detrás de todo eso está el Trastolillo y ni se sorprende ni asusta, pero hay veces en que se pone a hacer bromas más insospechadas y el que las sufre ni piensa por un momento que se deban a él. Por ejemplo, hay veces que en la oscuridad de la noche se pone a gemir quejumbrosamente y entonces toda la casa se alarma, se levanta todo el mundo preguntándose unos a otros por qué gemían, si les dolían las muelas, si estaban tristes, y se confunden en sus explicaciones para al final volverse a la cama desvelados. ¿Y qué decir de sus pícaras risitas en esos silencios íntimos que quedan cuando en la alcoba el marido le dice a su mujer cosas tiernas con vocecita de niño?.

-Ji, ji, ji, ji, ji.

Es el bribón del Trastolillo. Y, como puede imitar perfectamente la voz de cualquier animal, ya sea el maullido de un gato, el gruñido de un cerdo o el rebuzno de un asno, los sustos que provoca son mayúsculos.

Se cuenta, por ejemplo, la historia de una señora muy glotona que abandonó completamente el vicio del paladar y se quedó delgada y fina gracias a unos sustos que le dio el Trastolillo, por lo que le quedó muy agradecida.

Esta mujer acababa de casarse y al día siguiente de la boda ya estaba deseando que su marido se marchara a trabajar para ponerse a comer a sus anchas. En cuanto se vio sola, se sentó a la mesa a devorar una gallina guisada, pero no había tomado el primer bocado cuando oyó un “ clo-clo “ que la paralizó. Se levantó, miró por todas partes, no vio nada y volvió a su gallina,

pero de nuevo se oyó el “ clo-clo “ y así varias veces hasta que el miedo de que el espíritu de la gallina anduviera por la habitación que le quitó las ganas de comérsela.

La dejó en la cazuela, fue a la despensa, descolgó un jamón y se sentó a comérselo. Cuando ya tenía el primer bocado entre los labios, oyó un gruñido de cerdo y el bocado se le cayó de la boca del sobresalto. Haciendo prueba de una intrepidez sólo menor que su gula, volvió a metérselo en la boca y a masticar, cuando el gruñido, más lastimero, se repitió. Y así varias veces hasta que, temiendo que el alma del cerdo que todavía vivía en el jamón le hiciera daño, volvió a dejarlo en la despensa.

Pero con todos aquellos sustos y frustrados aperitivos, el estómago le reclamaba comida. Recordó que tenía una liebre en escabeche que le había regalado su suegra y, pensando que las liebres no tienen voz conocida y su alma no podría por tanto quejarse, se sentó tranquilamente a desayunársela. Mas hete aquí que, cuando ya había masticado el primer bocado y disfrutaba por fin sintiéndolo deslizarse suavemente gaznate abajo, se oyó un quejumbroso maullido, y la pobre mujer casi se ahoga. Entre el miedo y el bochorno que sentía de que le hubieran dado gato por liebre, el pulso se le alteró y el sudor le corría por la frente.

Trató de calmarse y concluyó que le pasaría lo mismo si intentaba comerse cualquier otra cosa que hubiera tenido alma, como un trozo de ternera adobado o unas costillas de cordero, así que, renunciando a la carne, cogío un buen queso y se sentó con ánimo de metérselo entre pecho y espalda. Mas, al clavar en él el cuchillo, se oyó un doloroso balido de oveja y esta vez a la pobre mujer le entró una tiritona que le hizo un nudo en la garganta y le cortó el hambre en seco.

Pero esto no fue todo. No acababa de dejar el queso en la alacena de donde lo había sacado, cuando oyó ese inconfundible “ ñi-ñi “ que en un santiamén hace subirse a las señoras a una silla por muy corpulentas que sean. La nuestra, que no tenía silla cerca, dio un saltito y subió al escaño forrado de piel de vaca que tenía delante.

-¡Muu!- se oyó.

La infeliz mujer empezó a saltar sin creer lo que le estaba pasando, pues cuando cesaba el “ mu ” volvía a oírse al “ ñi ”.Finalmente se dio dos bofetadas para comprobar que estaba despierta, tras lo cual notó que reinaba el más absoluto silencio y bajó del escaño. Aunque le hubieran puesto delante los más apetitosos manjares, ni los habría tocado, pues el hambre le había desaparecido totalmente y sólo pensar en comida le producía náuseas. Pero el sofoco le había despertado la sed. Se acercó al jarro del agua, llenó un vaso y se lo bebió tranquilamente de un trago. No lo había retirado aún de los labios, cuando un lento y siniestro “ croa-croa “ le hizo arrojar el vaso, precipitarse hacia la puerta y salir corriendo despavorida.

El Trastolillo salió detrás de ella riéndose con su risa de pícaro: - ¡ Ji, ji,ji,ji,ji ¡

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